Las obras son de lo más variado, pero con importantes coincidencias: la repetición, la soledad, la precariedad, la caída.
Mario Santizo
en su obra Predecir el futuro exactamente nos muestra las mil y una maneras en las que pronostica caer, tras verse atrapado en un círculo vicioso de fracasos y pérdida de confianza en sí mismo. En El techo del granero de
Daniel Jordán, una serie de piernas, salen y se esconden de cinco cajas de madera instaladas en el techo: un meter la pata constante que representa el anhelo del artista por querer volver atrás. El deseo compartido, es lo que mueve a
Consuegra Romero e Higinio Orduña a entonar el mantra que da nombre a su obra, Please god make me an artist, mientras limpiaban oficinas en Londres. Lo mismo le ocurre a
Esther García Urquijo, que trabaja en un restaurante japonés para poder financiar su obra artística. Hace ruido porque está vieja se centra en el sonido ensordecedor de la antigua cámara frigorífica de la cocina, metáfora del grito agónico que le empuja a triunfar en el arte para salir cuanto antes de allí. Encerrado, literalmente, dentro de la barriga de un peluche enorme, el pony del vídeo de
Propentine, Ponybelly, encuentra una compañera que resulta ser una ficción, como la esperanza que vivimos previa al desmoronamiento.
Rosana Antolí,
en Equilibrios, baila aislada dentro de un cubo blanco, insistiendo en unos movimientos en bucle. El vídeo de
Tanya Akhmetgalieva, A day full of hope, expresa a la perfección la corriente imparable en la que estamos sumidos a través de un carrusel que no descansa. Nos obligan a acelerar cuando en realidad somos animales lentos, nos recuerda
Andrés Padilla en Le perroquet.
El rechazo y la invisibilidad son otros conceptos clave en las obras. En el vídeo de
Maja Hodoscek, Good enough, una actriz en los confines de la supuesta juventud, mira de frente al espectador y se pregunta abatida qué es lo que quiere la cámara de ella. Si la situación personal es complicada, hay que insertarse de lleno y, a poder ser, sonriente – como
Alejandro Ramírez
en Mi último día – en la maquinaria mercantil normalizada hasta que sea necesario; si no, se suele optar por continuar, aunque suponga el sacrificio de una vida laboral estable a nivel económico. En Galatas Symphony de
Felipe de Ávila, una niña ejerce su pasión – tocar el acordeón – en la calle, sin que nadie se pare tan siquiera a mirarla.
La edad de los 35 es una línea de llegada, lo dicen las convocatorias, las becas, las cremas para pieles maduras, los partes médicos del embarazo, el príncipe azul arrodillado…Si has llegado a la meta con los objetivos cumplidos, aunque sea con el carrito a cuestas como
Flo Kasearu
en Catwalk, puedes seguir avanzando en el tablero oficial del éxito; si no, entras en un estado de incertidumbre en el que tendrás que tomar decisiones propias.
Inés Verdugo, en la pieza Suspensión, ve peligrar sus sueños – su casa de muñecas – en una grúa que asciende hasta llegar a un límite desprovisto de tierra firme. Lo que pueda venir a continuación es “lo inesperado”, así lo entiende
Pamela Breda
en la cinematográfica obra, The Unforeseen, en la que vemos una mujer de espaldas caminando serena en la atmosfera inquietante de una ciudad vacía. Nada que ver con el personaje del vídeo de
Nestori Syrjälä, Running man, que corre exhausto por Helsinki para esquivar alguna catástrofe, vaticinada en su piel, y que solo llegar a tiempo puede evitar.
Y es que el tiempo vuela, pero nuestras carreras se quedan atascadas, produciéndose un desequilibrio entre lo que es y lo que debería haber ser. El vídeo de Virginia Rivas
evidencia este desnivel en jóvenes treintañeros que miran sus arrugas incipientes en el espejo, pero siguen siendo Becarios. Quizás deberían recurrir a la solución cosmética de
Mara Caffarone para rejuvenecer sus pinturas en Anti-age; pedir un deseo tirando una moneda como sugiere
Dalila Gonçalves
en Make a wish o, mejor todavía, encontrar la fuente de la juventud de la que beben la pareja protagonista del vídeo de
Inma Herrera,
The fountain of youth, para que su amor perdure eternamente.
Olalla Valdericeda se profesionaliza como pintora de brocha gorda para poder pagar el alquiler a final de mes y, al mismo tiempo realiza la pieza Curriculum en blanco: en cada una de las casas en las que trabaja, escribe una línea de su curriculum en color blanco para, a continuación, pintar encima y hacerla desaparecer. Finalmente, hay propuestas que ponen el foco en todo lo que, todavía, queda por hacer pasados los 35, como el caso de Aún, de
Andrea Monroy, There is a Light that Never Goes Out de
Fernando Romero o Heliotropo de
Arantxa Boyero. Respuestas esperanzadoras, pero también, ficciones visionarias y contestaciones anticapitalistas, en las que se plantee el fracaso no solo como un puente hacia el futuro éxito, sino como estrategia misma, tal y como propone
Arturo Comas en S/T, mostrando un mono que disfruta de la improductividad.