Artistas: Monserrat Gómez de Osuna
Entre el paisaje surrealista y el bodegón metafísico, la obra de Montse Gómez de Osuna es ante todo pintura que inquieta y atrapa. Conduce hacia las profundidades del cuadro a través de capas que se desdoblan, mezclan y multiplican. Ella misma pierde el rumbo en el proceso, dejándose llevar. Es lo que más le gusta, ser sorprendida por la pintura; aunque para llegar a este punto, antes ha sido guiada en una suerte de dialéctica entre la percepción y la imaginación. La obra se construye durante el trazo. Nada está prefijado, solo hay un difuso boceto mental. El primer paso es cubrir de color toda la superficie con un rodillo. La acción genera oleajes, marcas, texturas, un campo aguado de tonalidades diversas. Una segunda y tercera pasada continúan definiendo el terreno de fondo del que emerge la figura matriz.
La pieza Flotación –eje articulador en la muestra– la inició con dos figuras femeninas centradas en el cuadro en posición meditativa; poco a poco, su presencia fue perdiendo importancia, ocultándose entre perfiles ovalados que reflejan objetos ambiguos en su interior. Es una estrategia recurrente: unas formas se revelan a otras descubriéndose en el hacer. La obra en cuestión es de plena madurez y combina con maestría la línea figurativa con lo atmosférico. Tiene algo de bosque rousseauniano en los colores, la pseudo vegetación y la planitud de la perspectiva. En las figuras del lado derecho, me atrevería incluso a establecer cierto paralelismo estético con la parte inferior de El gran vidrio de Duchamp –la máquina de los solteros– donde un molinillo de chocolate y diversos mecanismos cónicos parecen activar un movimiento rotativo ¿Hacia dónde conduce esta sucesión de capas tan referenciales como innovadoras? Queda de la mano del espectador penetrar en un escenario perceptivo, que trasciende lo dado, e interpretarlo a su manera.
La exposición abarca dos etapas recientes de la producción de la Gómez de Osuna. La primera es la serie de pinturas negras, caracterizadas por estar realizadas con carboncillo. Son las más expresionistas porque plasman el sentir y la visión interior de la artista en un momento de duelo por la pérdida de su progenitora, aunque al realizarlas no era consciente de la carga emocional. El periodo de realización coincide con el encierro pandémico y promueve diferentes localizaciones de su casa como motivo de representación; sin embargo, la elección responde a otros impulsos. Es un mirar hacia sí misma, a lo nuclear, al hogar, a la madre. Uno de los papeles más significativos, La entrada, muestra el acceso a la casa rodeada de plantas con unos barrotes que dificultan el paso y una silueta de media luna coronando la puerta. Podría ser una cabellera sin rostro, pero también una forma abrazadora. Sombras que intimidan y sirven de refugio; referencias veladas a la protección y autoridad de una madre. En la totalidad del proyecto existe un simbolismo no premeditado que matiza la psicología de las escenas. Los elementos se repiten, alguno especialmente enigmático puede ser visto desde prismas diferentes: un foco de luz, una vasija o un platillo volante.
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Nerea Ubieto
Comisaria de la exposición
Selección de obras