Una delgada línea separa el placer de la perturbación; el disfrute de lo incómodo. Ese espacio difuso sirve de inspiración para cinco artistas que, a través de sus vídeos, son capaces de condensar ambas sensaciones. En algunos momentos de su visionado, las piezas generan en el espectador cierta repulsión, angustia o molestia, mientras que, en otras tomas, se tornan atractivos y sugerentes.
Son muchos los factores que influyen en la complacencia humana y muy delicados los límites que la circunscriben. La selección de obras presentes en la muestra pone en evidencia el delicado equilibrio en el que se mueven nuestras emociones. Una lucha en la que lo agradable y lo violento entran en competición. La expectación genera inquietud al mismo tiempo que ilusión; llenar el vacío que provoca una ambición supone un esfuerzo continuo y costoso, que solo se verá recompensado cuando se cumpla. En el camino hacia la felicidad, los seres humanos nos movemos entre el placer incómodo que implica tener un sueño y la satisfacción de poder hacerlo realidad.
«El placer es el principio y el fin de una vida feliz, nuestro bien primero y connatural, del que partimos en toda elección y rechazo», sentenciaba Epicuro. Para conseguir ese objetivo hedonista, reflexiona el filósofo griego, debemos evitar todo aquello que se acerque a su contrario: el dolor. Este último supuesto parece incuestionable en términos absolutos. Sin embargo, en los límites de esta premisa se pueden encontrar ciertas zonas grises; vínculos y conexiones que cuestionan la distancia, aparentemente imperativa, entre el dolor y el placer.
Nos sentimos a gusto si todo fluye y nada nos perturba: cuando el mundo parece estar bajo control. Lo conocido, lo seguro, lo establecido e incluso lo rutinario, son nociones asociadas al bienestar físico y espiritual, pero su persistencia también nos aboca al tedio. Así, no es de extrañar que los sueños y los anhelos del ser humano guarden, en algunos casos, relación con la experimentación de lo ajeno, lo prohibido o lo inalcanzable.
Otros deseos, menos ambiciosos, son los relacionados con la trangresión de pequeñas normas cotidianas. Eduardo Srur, en su vídeo Supermercado, recorre un establecimiento comercial con un carrito de la compra en el que va almacenando los envases de los productos cuyo contenido ha vertido previamente sobre su cabeza. Al principio la acción resulta caprichosamente apetecible por las connotaciones implícitas de ilegalidad, novedad y exceso. Abrir una botella de Coca Cola de 3 litros y derramársela entera por encima provoca cierta satisfacción sensitiva a la vez que expresa el placer autoritario escondido tras el derroche. Conforme el recorrido por los pasillos del supermercado avanza, el artista va añadiendo capas de sustancias, de mayor densidad y viscosidad, hasta que su cuerpo se cubre de una mezcla multicolor, de texturas diferentes y a menudo desagradables.
En el vídeo de Daniel Blaufuks What is left is right and what is right is wrong, la fantasía de vencer la fuerza de la gravedad se cumple invirtiendo vertical y horizontalmente la imagen de una escena de la película «Royal Wedding» donde Fred Astaire aparece bailando. La utilización de un escenario giratorio y otras técnicas de cámara permiten que el actor baile claqué por los techos y las paredes de la habitación sin ningún tipo de esfuerzo. El vídeo nos sorprende y atrae, estimulando nuestro deseo de adquirir esta capacidad, sin embargo, también produce una sensación de vértigo y extrañeza.
Una toma cenital fija muestra a una joven durmiendo plácidamente al lado del cuadro Acrobacia de Pablo Picasso, en el vídeo del mismo nombre de Eugenio Ampudia. Al despertar, la mujer comienza a acariciar la obra con una sutileza extrema: recorre el pie de la figura, la pierna, aproxima su rostro a la superficie de la pintura, se incorpora a su lado y, de repente, desvela un cuchillo escondido tras las sábanas. Durante unos segundos parece pensarse lo que está a punto de hacer, esbozando una línea sobre el lienzo, pero a continuación arremete contra él con ímpetu, acuchillando cada una de sus partes y rasgando la tela hasta destrozarlo completamente. Una vez terminada la masacre, la joven vuelve a tumbarse serena y satisfecha. La pieza reflexiona sobre la relación que establecemos con nuestras posesiones y sugiere una relación amor-odio, en la que la amante, después de haberse acostado metafóricamente con el cuadro, se llena de rabia y decide destruir lo que tanto había amado.
En el vídeo Piñata de Anthony Goicolea, un grupo de niños con los ojos vendados golpean con fruición una gran piñata con forma de caballo negro. Tras varios impactos, uno de ellos introduce su mano en el interior del animal de cartón y nos desvela su contenido: vísceras frescas. Siguen apaleando con intensidad la escultura colgante, con cada choque resuena una campanada, hasta que por fin, el animal se desploma y estalla en mil pedazos. Acto seguido, dos de los niños se quitan la venda de sus ojos y uno de ellos la ata a un palo que clava en el caballo como si fuera una bandera, a modo de conquista. Durante la actividad, los participantes disfrutan de la paliza como una acción liberadora y expectante; mostrando el placer del proceso y, finalmente, la satisfacción del resultado.
El objetivo de Anetta Mona Chişa & Lucia Tkáčová en su video Never Odd or Even es atar sus cuerpos, mediante «una técnica de auto-bondage alterada», para crear una criatura palindrómica en la que su identidad y libertad personal se pierden. Cada artista, ataviada con un mono rosa y una careta, manipula y anuda una cuerda alrededor de su cuerpo y posteriormente la enlaza al de su compañera, hasta conseguir una completa interdependencia entre ellas. El resultado es un ser bi-corpóreo de partes simétricas que se esfuerza por desplazarse en el espacio de la habitación. Las cuerdas, al mismo tiempo que oprimen sus cuerpos, estimulan el roce con sus partes erógenas. Sus jadeos, muestra de su agotamiento al intentar liberarse de sus ataduras, se confunden con gemidos de placer.
Esta misma ambigüedad se desprende de la película Body Double 21, after The Rules of Attractions, de Brice Dellsperger donde más de 10 personajes diferentes, la mayoría travestidos, interpretan la escena de la película de Roger Avary en la que una estudiante se corta las venas en una bañera. Cada actor protagoniza la acción ritual aportando su peculiar impronta personal. Los primeros planos de sus caras despliegan todo un abanico de expresiones entremezcladas: desde el vértigo que provoca una decisión drástica y osada, hasta el deleite producido por la expectación de un cambio tan esperado. Rostros que padecen y sufren, pero sobre todo manifestaciones del placer interno que conlleva la imposición de nuestra libertad, porque como dijo el pensador Schopenhauer, «el suicidio, lejos de negar la voluntad, la afirma enérgicamente.»
Entre la excitación y el agobio, se desarrolla la obra de Sandra Torralba Estranged Sex XIX, una historia de sexo compartido y fantasías incumplidas en la que ella es la protagonista. Con una exhalación, se despierta abruptamente, vestida y maquillada, inmersa en una situación extraña donde una chica con un look entre lo gótico y lo sado la besa y acaricia con a mientras un chico las observa. Un flashback nos muestra como los tres personajes han llegado a la casa. Una vez dentro, la artista «arrastrando los pies, con el pensamiento nublado y la respiración densa, incapaz de decidir, se abandona a una historia que no es la suya, que dura solo unos minutos pero que mientras dura, se hace eterna.»
La tensión sexual se respira en cada segundo del vídeo de Erwin Olaf Wet en el que un joven de gran atractivo físico se ducha sensualmente en un vestuario que destila pulcritud. La pureza se pervierte cuando una mujer de mediana edad y alta clase social entra en escena y comienza a contemplarle con deseo. Su mirada, como la de la cámara, se detiene en cada parte del cuerpo del muchacho recorrida por el agua, recreándose en silencio. Pasados unos segundos, el observado detecta la presencia de la voyeur que se desabrocha la chaqueta y se aproxima hacia él. Mojado y expectante, permanece impasible como una escultura de Miguel Ángel mientras la mujer aproxima la mano a su boca, rozándola y dibujando una línea imaginaria hasta su órgano viril. En el último instante, él la alienta a tocarle, pero ella se retiene y abandona el escenario. El contacto visual del joven se dirige entonces al espectador, transfiriéndole toda la carga erótica contenida.
Dentro de un contexto mucho más comedido pero no menos turbio, se desarrolla la trama del film de Stefan Constantinescu, Family Dinner. Una familia llega a su elegante apartamento después de una jornada de trabajo y, mientras el marido y la hija preparan la cena, la mujer decide tomar un baño relajante. Este momento de relax se torna pernicioso y acalorado cuando Maja –la esposa– comienza a intercambiar mensajes de texto de contenido sexual con su amante. El reclamo de su marido a la mesa o la falta de batería de su móvil no son razones suficientes para detenerla en su ansiada búsqueda del placer. Finalmente, vemos a la familia sentada cenando en un ambiente aparentemente cordial y disciplinado. El espectador percibe la escena como un mero decorado, en el que la mujer finge disfrutar de una agradable situación hogareña, cuando en realidad su verdadera apetencia está muy lejos del “aquí y ahora” cotidiano. Los deseos con cierto contenido ilícito o inmoral suelen generar desazón en la conciencia, pero no por ello dejan de ser más perseguidos, al contrario, son caprichosos y acosadores: llevan implícita la excitación de lo prohibido.
Toda una eternidad parece transcurrir durante la video performance de María José Arjona Right At The Center There Is Silence (Justo en el centro hay silencio) en la que la artista permanece de pie e inmóvil rodeada de cuatro pies de micrófonos en cuyos extremos se ha colocado una cuchilla que roza su cuello al menor movimiento. La acción reflexiona sobre el silencio como un estado que va más allá de las palabras, capaz de expresar un perfecto entendimiento o la mayor de las incomodidades. «El silencio puede aliviar un conflicto o puede convertirlo en una gran revuelta; puede ser el clímax de una meditación, o ser utilizado para ocultar declaraciones políticamente incorrectas.» La artista juega con estos límites generando una situación en la que la calma del mutismo es sustituida por un estado de alerta máxima: emitir un sonido supone resultar herido. La quietud se vincula al silencio absoluto, sólo logrado mediante la extenuación de la continua vigilancia.